Contar con cuadros capacitados debe ser una de las tareas centrales de cualquier organización política que aspira al poder. Siempre se requiere, además de la natural renovación generacional, del acceso de gente preparada, con nuevas visiones y actitudes que refresquen la forma de hacer política y ofrezcan renovadas respuestas a problemas añejos. Por ello existen escuelas de cuadros y formaciones juveniles en todos los partidos. Son como las fuerzas básicas de las que habrán de emerger los nuevos liderazgos, los técnicos o los políticos profesionales en los que se soporta la capacidad de una fuerza política para ofertar a la ciudadanía una plataforma política, un ideario o un proyecto de desarrollo nacional o estatal y ejercer gobiernos a la altura de las circunstancias.
En esa lógica todos los gobernantes buscan formar sus cuadros que les permitan trascender el ciclo de poder que les corresponde. Son los jóvenes – y en los tiempos de la Cuarta Transformación, los cercanos sin mayor experiencia en la administración pública- que de la nada reciben delicadas oportunidades políticas o administrativas y que en teoría se deben ir fogueando para empresas cada vez mayores. Sea un cargo de elección popular o una alta responsabilidad en el organigrama burocrático. Su mérito es, o debía ser, sus aptitudes profesionales, su sensibilidad política, su formación cultural o académica, sus dotes para el liderazgo o el cabildeo, entre muchas prendas que en teoría sustentan o dan la razón al propósito del gobernante que los impulsa.